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“Se podría decir que el 99% de mis conciertos roza la perfección” Ramoncín, activista musical

La pronta puesta en marcha del suplemento regional de una importante publicación musical estatal o la reciente aparición de una web especializada en cubrir la actividad cultural y creativa en Canarias, supone un añadido más en la labor que, como francotiradores, vienen realizando determinados periodistas insulares. En contra del parecer habitual, soy de los que opina que los medios canarios, sobre todo los escritos (más unos que otros, eso sí) han prestado una relevante ayuda en este caso.
Más discutible ha sido el tradicional papel de la inversión privada en la promoción musical insular. Antes que nada, hay que recordar que, básicamente estamos ante una cuestión de mercado, y eso es lo que parece olvidar la gran mayoría de los músicos locales. Invertir fondos privados en infraestructura para música en vivo, por ejemplo, suele ser tan ruinoso y estresante como comprar un equipo de la Premier League, como bien recordaba hace poco John Carlin en un brillante artículo. Es una cuestión de ego, casi una patología. A esto hay que añadir el siempre difuso límite entre lo privado y lo institucional, sus líneas de programación y la confluencia de intereses que parten de una concepción del asunto radicalmente diferente, y en la que siempre han tenido nuestra connivencia debido a determinadas características socioantropológicas: nuestro marcado carácter fiestero y trasnochador. Que levante la mano el que no se haya perdido multitud de conciertos por quedarse bebiendo con los amigos más de la cuenta. 

El reciente parón “técnico” de los  directos del Honky Tonk  brinda una excelente muestra de lo que tratamos de decir. Ese forzado receso poco tiene que ver con la actividad en sí (el cuento de la denuncia vecinal está más visto y usado que el de “fui a por tabaco y me entretuve, cariño”) y que, para desilusión de los mitificadores de la radicalidad incomprendida del rock, tampoco tiene que ver con una persecución de “ángeles caídos” a vistas de la sociedad bienpensante. La cuestión es más sencilla: una empresa con éxito resulta peligrosamente competitiva y recorta cuotas de mercado. Respuesta del entramado habitual insular: responder a un estímulo competitivo tirándolo abajo, no tratando de superarlo. El equivalente paralelismo entre empresarios del tres al cuarto y populismo político de vodevil.
De todos modos, insisto: los grandes cómplices de toda esta situación somos los consumidores, usuarios y creadores que nos desgarramos las vestiduras en cada entrevista cíclica que nos hacen los medios, exigiendo una infraestructura digna para el notable nivel de la creación insular. Los mismos que no llenaríamos ninguna sala si esos conciertos, para conciliar la propuesta con su contexto vecinal y, sobre todo, para focalizarla como actividad cultural y artística “per se” y no un simple añadido al trasnoche de farra, se hicieran cualquier día de la semana en el civilizado horario de, digamos, las 8’30 de la tarde y te cobraran la escandalosa cantidad de, digamos, 5 euros. Llegarían tarde –o simplemente no irían- hasta los de la banda.

Escucha recomendada para la lectura: “Hey scenesters” The Cribs

Ampliación del Campo de Batalla