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3 hermanas 'mano a mano'

¿Para qué vivimos?

El pasado 24 de marzo tuvo lugar la segunda función de la obra 'Tres hermanas', en el Teatro Guimerá. Esta versión sobre el texto homónimo del literato ruso Anton Chéjov está dirigida por Raúl Tejón. Producida por Mano a Mano, contó con las actuaciones de Ana Fernández, Marta Larralde en sustitución de Silvia Marty, Raquel Pérez, Emilio Buale, Carles Francino, Fernando Albizu, Antonio Vico, Sabrina Praga, David González y Chema Trujillo.

Un corazón late.

Y cada latido parecía bombear al público hacia las butacas del teatro.

El elenco de actores y actrices deambula de un lado a otro del escenario, como si estuvieran recordando sus ubicaciones o una danza extraña de la que no somos partícipes. La obra empieza; empieza un año después del fallecimiento de del padre de las tres hermanas protagonistas. Han pasado parte de su vida en una ciudad a que la se vieron forzadas a mudarse tras el fallecimiento de su madre, lejos de Moscú, la capital.

A estas hermanas las acompañan varios militares antiguos compañeros de profesión de su padre, el marido de Masha, la hermana mediana, un doctor que lleva toda la vida con ellas y que permanece enamorado de la difunta madre de las hermanas, y su hermano, un brillante científico que aspira a convertirse en profesor universitario y la que después se convertiría en su mujer.

En esa ciudad, al parecer, nunca pasa nada. Olga, Masha e Irinia combaten el aburrimiento y el hastío como pueden. Esa casa y esa ciudad las van consumiendo poco a poco. Ven en la capital una suerte de Ítaca, un lugar en el que fueron felices y que nombran con anhelo, pensándola como solución a esa vida que las ahoga. La casa de familia, es la cárcel en la que infelizmente pasan el tiempo.

Los diálogos de la obra donde los personajes buscan hallar la respuesta a la pregunta “¿Por qué vivimos?”, se ven salpicados de dobles sentidos e ironía. ¿Es el amor, la felicidad, el trabajo? ¿Cuál es la razón de tanto sufrimiento? Del atrezzo, simple y con pocos elementos, destacan el uso de las sillas para cambiar sutilmente de escenario y la luz para avanzar en el tiempo. Los personajes nos dan las espalda al fondo del escenario cuando no les toca intervenir. Cuando lo hacen, tampoco nos miran a veces, se miran entre ellos; la pared invisible que nos separa es palpable y para ellos parece que sea una barrera impenetrable que no les deja escapar, escapar a la capital.

Al final, ha pasado el tiempo, el amor no es consuelo sino sufrimiento y la juventud se ha desperdiciado. Ya no existen los sueños. Cuando parece que las hermanas despiertan, se unen y deciden, por fin, dejar una casa que ya no es suya y marchar a la capital, los personajes colocan las sillas en el mismo lugar que estaban al inicio de la obra. Todo vuelve a empezar.

Y el corazón nos bombea ahora fuera del teatro.